sábado, 3 de septiembre de 2016

Berenjena

Hoy me siento como una berenjena. Acá, acomodada en este cajón de madera, rodeada por otras morochas semejantes. Hoy nos tocó salir a la vereda, por suerte estamos en la segunda hilera, si contamos desde el piso, un poco distantes del paso de los perros, más cercanas a la vista de las personas. La verdad no sé porque digo 'por suerte' si estamos más al alcance de las manos. Y..., ¡qué entrometidas son las manos! Te agarran, te dan vueltas, te acercan a la nariz, inspiran, te alejan, presionan levemente y ahí te dejan otra vez en el cajón, con el riesgo de alborotar el orden previo y que alguna de nosotras caiga al piso, ruede unos metros y termine (¿por castigo?) en un cajón recluído, de contenido más diverso y dudosa integridad.
Cierto que la suerte puede ser otra, en vez de volver al cajón, podés caer en una bolsa, algunas veces en compañía de otras de las tuyas, otras en soledad. Así te trasladan, como flotando por la vereda, durante un rato junto a otros vegetales. Siempre uso el tiempo de ese recorrido para conjeturar cómo será que termine mi día: si hervida en vinagre, sazonada a gusto y enfrascada; fileteada y al horno; rebozada y en la sartén; salteada en oliva junto a otras verduras y mezclada con fideos de arroz; si me toca enfrentar el poder de la minipimer y terminar hecha puré; o, si me tratan con todo el amor del mundo, y me convierto en la reina de una lasagna, sabrosa y cálida, preparada en una casa de la calle 53 en la ciudad de La Plata.