domingo, 26 de junio de 2016

El Roca

El 84 entra a Plaza Constitución desde Garay dobla en Lima Oeste y termina en la dársena más cercana a Brasil, solo tengo que cruzar esa calle para ingresar a la terminal de trenes. En mi camino a contramano atravieso cientas de personas que apenas se distinguen unas de otras, una masa de gente que enfrento mientras cruzo la calle, subo las escaleras de la estación e ingreso al andén. (Es una sensación de enfrentar un batallón que no deja ni un hueco para pasar). Este hecho nunca deja de sorprenderme. En mi juego por ver y encontrar algo atractivo, pasa que muy seguido despego el rostro de algún conocido, a veces llegamos a saludarnos, otras es solo un saludo mental porque lo impide el flujo continuo de los demás andares, también pasa que cada tanto me enamoro. Esta mañana la masa está más uniforme que nunca, no llego a distinguir ni una sonrisa, entiendo que es una mañana fría de otoño, que son las 9 de la mañana y la gente va a sus trabajos, pero igual. En el hall de la estación, en la fila para comprar boleto, hay dos que se miran, dialogan y sonríen, siento un pequeño alivio.
Los sonidos se vuelven un acompañiamiento, altavoces que anuncian los trenes, murmullos de voces que retumban entre tanto espacio. Escucho al pasar por un puesto de diario 'son bravas las mujeres', no me detengo, aprovecho este lapso de andén vacio para ingresar sin ser arrasada por los del bando contrario mientras escucho: ´Chipá´..., ´Café, cortado café´ Espero el tren en el andén casi vacío. El frio no se siente tanto. Los abrigos son marrones, negros, azul oscuro. Todo parece aburrido esta mañana. Una mujer va de tonos naranjas. En el interior del vagón, las voces de los vendedores ambulantes se mezclan con el ruido de la calefacción, por momentos este último les ganas, quizá por ser constante. La chicharra que anuncia la partida suena a la hora acordada. Las puertas, que ahora se cierran automáticas y en silencio, nos aislan. Nos deslizamos, parece que flotáramos sobre los rieles, cada tanto se percibe ese delicioso ´track..., track...´, sonido único y mágico del tren en marcha.
La mayoría de los pasajeros duerme, otros miran sus celulares, menos por la ventana. Una mujer está leyendo un libro impreso, otra come un yogurt. En la estación Darío y Maxi suben un par de alumnas (por suerte solo un par, a veces suben en un grupo más numeroso y tengo que escuchar sus voces 20 minutos antes de lo planeado.)
Yo miró por la ventana. El paisaje se aleja, es el trayecto más atractivo: parques, vías, galpones y fábricas abandonadas. La estación Sarandí no tiene para mi ningún atractivo, trato pero no hay caso. Los guardas piden los boletos, encuentro el mío en el primer bolsillo que reviso, me lamento que perdí una cuota de suerte diaria de ese modo tan tonto.
Álamos, eucaliptus, ´track..., track...´, ´tres x 10 alfajores triples de dulce de leche y chocolate´pañuelos descartables´ , y la voz más aguda de todas ´chipá, chipá´. En la estación Don Bosco asoma levemente el sol, los fantasmas de luces ingresan aleatorios por las ventanillas, recorren el tren, los rostros se iluminan parcialmente y empiezan a despertar, los hacen protagonistas de su proyección. Último silbato, Bernal. Me bajo.


Es continuación de:  El 84

martes, 21 de junio de 2016

Solsticio

Enterré una semilla de calabaza en una de las macetas del balcón, como hecho simbólico, ya que las de albahaca y morrón que tengo cosechadas tienen que esperar hasta el comienzo de la primavera. También guardé en la tierra una lista de ideas a realizar y envolví en ellas otras ofrendas secretas.
De aquí en adelante los días se alargan, la tierra se prepara para soltar nuestros brotes. Sin darnos cuenta estamos envueltos en un nuevo ciclo, la espiral no se detiene se ensancha. Es tiempo de cielos azules, intensos y espera. Guantes, bufandas, y un vaso de vino.

domingo, 12 de junio de 2016

Si voy muy rápido no encuentro la calle

Si voy no encuentro.
                   ¡Rápido!
                                   No
                                          en cuen tro.
                                 
                                   No voy.
 Sí voy.
           Sí,
                rápido
                muy rápido,
                                   no muy rápido
                                                           encuentro la calle.

                   Rápido encuentro,
                         
                                                 voy.

sábado, 11 de junio de 2016

El 84

      26 de mayo de 2016. 8:40, Republica Bolivariana de Venezuela al 3600, Almagro Boedizado, CABA. Día nublado y frio.

Cerré la puerta de entrada del edificio, alcancé la calle y vi que un 84 estaba ya casi por doblar en Colombres. Caso perdido -pensé-, no tiene sentido correr. La pendiente hacia arriba de Venezuela me permitió ver entre los plátanos que una cuadra más allá venía el compañero, me quedé tranquila. (Hace poco hago este recorrido, hace poco este es mi barrio. El 84 es un bondi que no pasa muy seguido, pero es cuestión de conocerle el horario o tenerle paciencia, hay peores.). Cuando doblé en Colombres para llegar a la parada que está a unos 20 metros de la esquina, el colectivo aún estaba a mi alcance. Saludé con un buen día al chofer, saqué boleto y conseguí un asiento de los del primer tercio. Mirando al frente, del lado del pasillo, pero de esos que quedan por debajo de la ventana. Cuaderno y lápiz en mano para registrar el viaje, la mirada al exterior quedó un poco acotada.
A mi lado había una chica con una campera rosa, naranja y turquesa. Las dos mujeres más grandes sentadas en los asientos enfrentados al mío mostraban cara de frio y abrigos marrones, cada tanto una de ellas acercaba un pañuelo descartable a su naríz y la hacía sonar. En Sanchez de Loria subió una pareja joven con olor a noche y tabaco. Ella con pollera muy corta y remera sin mangas, se sentó en el asiento delante al mío él la abrazó.
El recorrido por calle Belgrano no tiene gran atractivo. Una mezcla de casas viejas que perdieron su elegancia, y sus aberturas de roble, al ser convertidas en locales de diferentes rubros. Muchas personas con cara de gripe esperando en las paradas de los colectivos. Al cruzar la calle Catamarca me sorprendió ver desde el primer piso de un local Canon una cama caer desde una ventana. Después de cruzar Jujuy solo se ven mueblerías. El café Imperio se luce un poco, entre tanta mesa laqueda de estilo nórdico y futones económicos.
Al doblar en Combate de los Pozos, el andar fue más rápido, ya no quedaban personas de pie. Descrubrí en la parte superior al parabrisas una notación electrónica en rojo: 16,5 - 18,8 °C, los números bajaban al abrirse la puerta: el tremómetro andaba. La funcionalidad le ganó la pulseada al decorado. Ahora hay carteles de leds que transmiten noticias, pero ya no se ven vidrios tallados con mensajes de amor, ni flecos dorados que saltan en los pozos. Los pozos si son perennes.
Cuando estamos detenidos por un semáforo el choffer se acomoda mediante una torción de su torso: hacia la derecha primero, hacia la izquierda el segundo movimiento. Unas cuadras más adelante, también detenidos, le escucho decir “...una persona puedo matar, animales me cuesta un montón...”. Los 84 compañeros estaban a la par y evidentemente los choferes retomaron una conversación previa. Por lo que llegué a entender luego de tres detenciones, al chofer de mi 84 le habían regalado un conejo de orejas largas para que lo haga en estofado, pero el cariño pudo más y finalmente lo había adoptado como a un perro. Al doblar en Garay el cielo se abrió, los edificios son menos, muchos menos.
Después de 30 minutos estoy en Plaza Constitución, aún me espera otro viaje, de diferente frecuencia y mucho más sensitivo: El Roca.

jueves, 2 de junio de 2016

Transportación



...y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.

Me gusta el olor de los cítricos. Clavar la uña en su cáscara para arrancar un pedazo y sentir las miles de gotas que se expanden en el aire. El rostro responde cerrando los ojos, frunciéndose y marcando todas las arrugas posibles. Mi preferido es el de las naranjas rasgadas al sol las tardes de otoño.
 Me gusta el olor de mi gato cuando estuvo al sol. El olor a tierra mojada y pasto recién cortado. El olor de los fondos de las casas con albahaca, menta, peperina y cedrón. El olor de los eucaliptus y los tilos.
El olor del choripán en la plaza y los asados improvisados en las veredas. El olor a salsa que nunca me convidó mi exvecina, el de la sopa de tomate de mi abuela, los locales Bonafide y la comida de hospital.
Me gusta el olor de la ciudad en la madrugada y el de la ruta al atardecer.
Me gusta el olor del cuerpo cuando se moja en la ducha, el de la piel sin perfume alguno, el olor de los tipos que me gustan, los besos con olor a tabaco y las manos con olor a tinta y tierra.
El olor a mar siempre.