lunes, 24 de febrero de 2014

Nadar en el mar



A veces pasa que me tiro al sol en la playa,
es para secarme, luego de haber entrado al mar.

A diferencia de muchos, prefiero los mares de aguas frías.
Sentir el tacto del agua envolviendo cada milímetro de la piel al ingresar.
Respirar profundo, quebrar la sustancia líquida con el cuerpo, 
nadar en la libertad del mar...
limpio, 
vacio de gente, 
repleto de luz.

Luego, el sol parece una hamaca que mece el cuerpo fresco, sensible, 
con ayuda de una brisa evapora cada gota, y cubre la piel de sal calma y placer.


(Puerto Madryn, Chubut)

miércoles, 19 de febrero de 2014

Bajo este cielo de estrellas caerá



No puede estar la noche más adecuadamente fresca, tan deseable de estar en ella (no se está con la noche, se está en la noche). Es suficiente una remera de mangas tres cuarto de buen algodón para cobijar sobre la espalda el pelo húmedo, no es necesario cubrirse las piernas ni los pies, más que con shorts y ojotas. No llega a sentirse frio, se disfruta el ambiente fresco.
 La noche se silencia, todos parecen dormir en sus carpas, y la lista aleatoria me trae Strange meeting II de Nick Drake. El sueño llega forzado por el vino, y yo fuerzo a ambos a persistir, a acompañarme un rato más bajo este cielo de estrellas que echan unos vistazos brillantes, camuflados entre copas de eucaliptus tan altos... No hay brisa alguna, es una sutil humedad la culpable del fresco que se siente.
Se deja oler fuerte ese pasto húmedo del bosque, mezcla de copos de eucaliptus y ramas crujientes del piso, más escaso se siente el aroma del mar, quizá lo percibo tan solo porque sé que esta hacia allá, entre la arena de aquellos médanos, unos metros más.






(En el camping del bosque en Pehuen Co, Buenos Aires)

viernes, 14 de febrero de 2014

Oda a las veredas y las calles (una mezcla de cosas)

 Los mates en la vereda es un recuerdo que vinculo más a Baigorria; las tardecitas de verano, sillas, bancos y los vecinos compartiendo ese espacio. Tiempo de calor húmedo penetrante y mosquitos, también recuerdo un paraíso sombrilla enorme en el patio de la abuela, que engañaba una brisa, recortar las últimas ramas para espantar los mosquitos, en movimientos lentos agotados por la humedad. Algún año nuevo en que la calle se cortaba y una mesa larguísima la cubría de punta a punta.

En cambio, en Cooperarios, mi barrio, el encuentro era en la calle. Primero de tierra, luego asfalto… claro es que no había vereda. Las bicis, los patines, días de escondidas y manchas. Un poco más sofisticados los Abiertos de Tennis que ocupaban tardes y tardes enteras de todos los vecinos de la cuadra. Infinitas discusiones por si la pelota había tocado la línea (de brea que simulaba el límite de la cancha), o no, en la disputa de los primeros y demás sitios de la tarima. Batallas de carnaval bajo el sol rajante de pleno febrero. Bombuchas, baldazos, resbalones y muchas palmas de las manos y rodillas raspadas. Era en la calle donde transcurría todo.

 Ahora estoy en las calles de Mercedes, Uruguay, donde en empedradas los músicos ensamblan algunos sonidos de jazz. La gente sentada en el cordón de la vereda, con mate o cervezas, se encuentra, escucha, disfruta.

Por eso siempre busco los bares que sacan las mesas en la vereda, y facilitan pasar las nochecitas de verano en la ciudad, uno de mis preferidos, es el Banderín, de camino a casa con la bici, a veces viene bien para una estación.

Hace tiempo con una amiga encontramos un espacio que funciona a la perfección para veredear y callejear. Un hueco de tranquilidad urbana en Almagro sur, (un Almagro Boedizado, como escribiría alguno que alguna vez leí), y aunque está muy cerca del tránsito de Rivadavia y Castro Barros y es vecino a uno de los colegios más católicos de la ciudad, enfrente tenemos a “El Tucu”, el mejor vecino que te puede tocar, donde se preparan las papas fritas y los churrasquitos completos más felices del mundo. Yapeyú es el taller que reúne siempre a amigos en la vereda, que cuando son muchos continúan en la calle empedrada. Nunca falta música para acompañar los banquetes que nos congregan, entre dibujos, fotografías, papeles, pinceles y madera.

Termino aquí este relato (que quizá transcriba-que lo estoy haciendo), sentada en una mesa en la vereda de la calle Barbot, en un bar de Colonia. Unos plátanos refrescan la noche de un día que fue de 40 °C. Atrás queda, al final de la cuadra, casi imperceptible, el lleno y bullicio de una calle principal en una ciudad turística, en el otro extremo, las líneas de los adoquines, se pierden en una textura continua por la casi completa oscuridad. Mientras, disfruto de una cerveza negra artesanal, fresquísima deliciosa.

 Larga vida a las cuadras empedradas, silenciosas, escondidas, que guardan los secretos de aquellos que pasan, que se sientan, que charlan y comparten. Que se embriagan en placeres las noches de verano, agotando el aire húmedo, pesado, de estas regiones rioplatenses y litoraleñas.

lunes, 10 de febrero de 2014

Otro rio



En el rio hay un pozo. Es extraño, sobre la quietud que el agua alcanzó a esta hora de la tarde se dibuja un círculo cerca de la orilla. Yuxtapone en el tiempo movimientos: lanza, como una fuente, un pequeño chorro de agua, para luego cerrarse casi simulando una planta carnívora, y devorar otro tanto. Se suceden a un ritmo constante, hipnotizador. 
Exhalo en él algunos miedos, dejo un poco de mi perfume, le agradezco por el chapuzón y continúo la marcha con el cabello suelto, ya que la caída del sol trajo una seductora brisa que se siente y suena fresca entre los árboles.





(En la orilla del Rio Negro, en Carmen de Patagones, Buenos Aires)