jueves, 30 de agosto de 2012

La condición humana

                           ... preví la llegada a la casa (un piso bajo probablemente, que ella saturaría de almohadones y de gatos)...



Johnny Prudencio cuando llueve
"La mortalidad del hombre radica en el hecho de que la vida individual, con una reconocible historia desde el nacimiento hasta la muerte, surge de la biológica. Esta vida individual se distingue de todas las demás cosas por el curso rectilíneo de su movimiento, que, por decirlo así, corta el movimiento circular de la vida biológica. La mortalidad es, pues, seguir una vida rectilínea en un universo en donde todo lo que se mueve lo hace en orden cíclico."

Hannah Arendt, en "La condición humana"


Hannah Arendt es de esos nombres que anotaba una y otra vez en mis cuadernos, para, en ´algún momento', leer. El año pasado la  sucursal de "Prometeo Libros" que había en la universidad donde doy clases cerró. Por ventaja unas semanas los libros prestaron un bonito descuento. Sumado que hacía tiempo me había ganado la simpatía del librero porque siempre le conocía la música indie que lo acompañaba, el descuento fue mayor. Entre los libros que compré, que no hubiera adquirido de otro modo, estuvo "La condición humana".

También pasó que el libro aún sigue en los estantes para ser leído por completo en ´algún momento', pero por suerte no tan guardado. Cuando leí el prólogo decidí inmediatamente que tenía que llegar a formar parte de la bibliografía de una materia que damos, donde discutimos con alumnos de carreras científico-tecnológicas algunas cuestiones de su formación que van más allá de libros científicos, deducciones lógicas y fórmulas matemáticas. No sé si alguno de ellos seguirá con ganas de un poco más de Hannah Arendt, pero no cabe duda que ese texto breve de 1957 logra envolver a los alumnos en un debate interesante.

¿Qué tiene que ver el dibujo de El Gato en todo esto? ¿Cómo no saben de su omnipresencia? Pensaba que fue una de esas cosas que me salen en este camino rectilíneo, que dale, que dale choca con los ciclos, camino al que a este ex-salvaje también he introducido, convengamos que un poco engatusado.



 

viernes, 17 de agosto de 2012

Invierno en el mar




Esta vez el mar me recibió con invierno del bueno: mucho frio y sol. Cielos libres y azulados, y mi lápiz sin punta y el sacapuntas en otro bolso.
Esta roca que alguien orientó, seguro con la ayuda de una grúa, es aquí y ahora mi soporte, mi tierra. Cuelga la cámara de mi cuello, un cachorro negro da vueltas y vueltas alrededor, quiero llevarlo en una foto, pero ya está lejos. No se quedó quieto más que instantes generadores de la imagen en mi cabeza, no en el acetato.
Mis manos se ven agrietadas, secas de sal marina. El sol textura parte de mi sombra sobre estas hojas suaves del cuaderno, la rígida roca y el mar. Me dibuja junto a la roca, justo donde terminan las olas. El sonido es intenso, grave, con silencios de corcheas. Primero rompen unos metros más allá –una distancia tan imprecisa como la punta de mi lápiz- y luego chocan con fuerza contra el acantilado, que me distancia del agua. Les dejo mi sombra jueguen con ella.
El aire se pone más frio y tengo que sacar el pullover naranja de la mochila, para ponérmelo. Mientras, cuento los años que tiene y me pierdo…
El viento se suma a la orquesta con sonidos más agudos.
La línea del horizonte es perfecta, el cielo pálido y el mar oscuro, dos componentes que pueden separarse en un único paso. Me pregunto qué pasaría si uno pudiera retirar el cielo, pero me doy cuenta que es muy fácil responder que el mar se elevaría como inconsistente, sin peso, que mejor pienso otra pregunta sin respuesta, pero nunca logro formularla.
Quiero quedarme aquí hasta que el agua me salpique, recién estuvo más cerca. Lograr, como en un sueño, viajar por el agua sin agitarme, sin temor a golpearme, es extraño pero el temor no es a ahogarme. Poder llegar bien mar adentro, respetando la danza de las olas. Flotar, hundirme, cerrar los ojos y escuchar. Que el cuerpo libre de ropa contacte en toda su superficie al agua, que se perfume de mar.
El abrigo se levantó al sentarme y queda una hendija de mi cintura expuesta al sol, el borde de la remera flamea cada tanto, se sienten cosquillas de frio.
Aún no sé quién ganará en echarme: si el agua al mojarme bien de frente o el viento que silba por detrás, con un aviso en mis oídos que se entiende como es invierno en el mar.
Puede que no sean ellos quienes me echen, puede que sea más por artificio de este lápiz que ya no tiene punta o el final de la carilla.
Pero creo que es culpa de la luna que me desconcierta y en plena tarde de sol me avisa –como dice Ámbar- que es de noche.

domingo, 12 de agosto de 2012

Tres mares

La función del arte /1

Diego no conocía la mar. El padre Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar! 

Galeano, Eduardo, “El libro de los abrazos”.

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François Truffaut, “Los 400 golpes”

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Ella, cuando llega a un lugar con mar, se muestra ansiosa hasta lograr su encuentro; se acerca corriendo hasta un punto en que esa masa de agua la detiene, y la deja una y otra vez estática, deslumbrada, sin palabras.
Luego ella se tiende sobre la arena, cierra los ojos y se pierde un tiempo inmensurable en sentir.


domingo, 5 de agosto de 2012

André Kertész

Una vez más el Festival de la Luz, cubre salas de arte de esta ciudad.

En el espacio de arte Fundación Osde* el jueves inaugura una muestra dedicada a André Kertész, uno de los esenciales de la fotografía. Espero puedan ir a disfrutarla, como yo lo haré.



Dunaharaszti, 1920
André Kertész (United States, born Hungary, 1894–1985)
Silver gelatin print 8 x 10 inche
s

sábado, 4 de agosto de 2012

Encantos del cielo nocturno en el mar


Al acostarme en esta cama con el mar de frente
decido que esta noche quiero soñar.
Encargo a su presencia la construcción del sueño,
que su bramido mezcle incoherencias,
que vuelquen en mi cabeza como estas olas que sublevan la persiana
y se perciben en  realidad sonora.
Quiero despertar invadida por una yuxtaposición de imágenes,
que deriven en una diáfana confusión. 





Hace tiempo, en la ciudad,  escucho este disco que encanta la noche: