viernes, 11 de marzo de 2011

Nadie nada nunca

No es habitual que cumpla muy pronto con mis deseos o propósitos, siempre me demoro con vueltas innecesarias, o me disperso en el camino; pero sucede con frecuencia que algunos son más accesibles o laten más fuertes. Otros, en cambio, se vuelven costumbre, como la de llevar los rollos a revelar ni bien deja de girar la cámara. Muchas veces me pregunto por qué no me demoro en eso, y si, en pedir a la administración del edificio que envíen el pintor de una buena vez. La segunda acción no requiere más tiempo, pero se me olvida.

Esta vez no me demoré en leer a Saer, como había prometido en una entrada pasada. La tarea fue fácil: 1) en la biblioteca de la Universidad encontré una bonita y desvencijada edición de Nadie, nada, nunca, y 2) me pareció el acompañante ideal para mi viaje a Carmelo. No me equivoqué, quizá subjetivé la semejanza del paisaje, la nada y la reiteración, además de confundir los perros del camping con caballos, pero se fundieron sin quejas en un sorbo de Patricia.

Comparto otra de las fotos estenopeicas que logré en ese viaje y un párrafo precioso del libro:




"(...) Cuando las manos chocan, por fin, una contra la otra, resonando, el bañero se da vuelta y comienza a bajar hacia la playa, el Gato alza la cabeza, mirando hacia el porn, el segundo trago de café se empasta contra el primero en la garganta de Elisa, el bayo amarillo comienza a sacudir la cabeza bajo el chaparrón, y el lapso incalculable, tan ancho como largo es el tiempo entero, que hubiese parecido querer, a su manera, persistir, se hunde, al mismo tiempo, paradójico, en el pasado y en el futuro, y naufraga, como el resto, o arrastrándolo consigo, inenarrable, en la nada universal."

viernes, 4 de marzo de 2011

La hora naranja


Me pregunto si nuestra ciudad creció, se desarrolló y expandió de espaldas al Río – el mismo que fue su germen- tan solo por un enojo un poco infantil, pero admisible, el de no poder ver guardar el sol en esa línea que forma el cielo con el agua. Algo que sin duda es magia.


Agrego la imagen. La foto de la caída del sol desde el muelle de Carmelo, la rareza se debe a que fue sacada con una cámara estenopeica hecha con una caja de fósforos. Claro que un día tengo que escribir sobre este tipo de fotografía que cada tanto me entretiene.