miércoles, 28 de abril de 2010

Fragmentos de Abril* (primera entrega)



Remolinos, remolinos
el otoño y el viento
Como las palomas
ansiosas de volar,
en bandadas por el aire
las hojas se van.


Me gusta abril, ya con su sonido –aunque mi preferido sea junio- bien interpreta cómo ha de acercarse. La temperatura empieza a descender, entonces disfruto tanto de un baño de lluvia como de uno de sol. El atuendo es más confortable: medias largas de colores, polleras, remeras, alguna chaqueta, pañuelos para el cuello, de lujo son los días que puedo caminar con borceguíes o botas y desordenar con cariño las hojas amarillas y secas. No me quedo pegada en los asientos de los tranportes públicos, eso sí mi pelo sigue atado. Como mi vitalidad es inversamente proporcional a la temperatura, para mí los días se alargan, puedo hacer más cosas o me cuesta menos ir de un lado a otro y caminar. El mate amargo de las siete está bien caliente, luego el vino tinto reemplaza a la cerveza y las variedades de tés comienzan a descender de los estantes, otra vez disfrutar de ese humito al acostarme y de alguna mantita. Abril tiene un color cálido y frío a la vez - o de a ratos, porque no es tibio-, la intensidad de un abrazo que no desarma y perdura.

Con testarudez digo que la luz del otoño dibuja las formas más bellas en esta ciudad, brindo porque aún le quedan dos meses.


*Fragmentos de Abril es una película del cine independiente americano, ya debe tener cinco años o más, con una historia sin excesivos golpes bajos y ritmo ameno que se puede recomendar a todo el público. Lo mejor de la película es salir cantando You, you, you, you you de The 6ths

lunes, 26 de abril de 2010

Palabras en libertad

Hace un tiempo que Fundación PROA se malbalizó. En las salas de la antigua PROA aún se percibían señales de grandes habitaciones con aberturas que mostraban fragmentados los paisajes de Quinquela, y pequeños recovecos que agregaban calidez al lugar. Mi parte preferida del recorrido –sea cual fuera la muestra- era llegar a esa escalera estrecha de metal que conducía a una puerta vidriada de marco amarillo, que abría con engaño al cielo, y que, una vez franqueada, te dejaba en un tablero de damas con vista a los techos de La Boca. Mi otro preferido era la librería.

En la nueva PROA el valor de la entrada es mucho más alto, las salas muestran un museo contemporáneo que se desnuda en una simple mirada y las aberturas se convirtieron en ventanales sin detalles. La terraza es ahora una confitería con deck y grandes sillones blancos al aire libre, de una altura tan inútil que impide ver más allá de la pared. La librería, por suerte, conservó su espíritu, en un ambiente mucho más amplio y mayor variedad entre sus estantes. El lugar no está mal y supongo es más funcional pero perdió parte de su encanto.



En PROA aterrizó El universo futurista y se puede ver hasta el 4 de julio, me parece que está más que bien para ir a darse una vuelta por el lugar.

lunes, 19 de abril de 2010

Mi felini

Aprendí a andar en bici cuando tenía cinco años, o un poco antes. Por aquel entonces Miguel Cané era de tierra y nada lisa, de las cuatro esquinas que forma con Gutiérrez sólo estaba el almacén de Doña María, el resto baldío y eucaliptus. Los troncos de los tilos de la puerta de casa parecían quebrarse de delgados y jóvenes, las veredas eran más discontinuas aún que la calle, un “apenas más” de lo que son ahora y la zanja a veces se perdía de vista entre su variado ecosistema. El escenario parece ríspido pero el método de aprendizaje es tan simple que todo fue muy rápido: primero con dos rueditas, luego con una –supongo que la derecha-, después la otra hasta que un día sin darme cuenta, el amparo ya no fue necesario. Una vez que se quitan las ruedas uno siente que vuela sobre la calle y que puede tomar velocidades irreales, y, sepan, no hay porrazo que justifique su retorno.
Desde entonces siempre tuve una bicicleta entre mis manos que me alcanzaba a donde quisiera ir. Las bicis se heredaban de los mayores de la familia y se pasaban a los menores cuando quedaban chicas, o según disponibilidad. Era bastante grande y yo seguía con esa bici naranja de rodado 14 o 16. Luego vino la bellísima inglesa que está en la casa de los tilos, ahora de gruesos troncos. Por último, para mayor comodidad me compré la que ustedes conocen, una todo terreno de color azul noche con brillos escondidos, que me transportó a tantos lugares por más de quince años. El viernes a la noche alguien cortó la cadena y se la llevó de la puerta del cine Atlas Santa Fe sin mí permiso.
Esta historia iba a ser más extensa, llevo toda una vida de bicicleta y había prenda para una gran colgada, pero en el mismo momento en que descubrí que ya no estaba la bici, intenté dejarla como un objeto sin más importancia que la material para no amargarme. También dejo así esta entrada.
Si saben de alguien que venda una bici avisen, no puedo traer la inglesa porque es muy grande y pesada además de muy querida.

domingo, 18 de abril de 2010

Buen día, día

Bonita lluvia con granizo de yapa para dar fin al BAFICI en la cortada del Abasto, algunos permanecieron estoicos bajo el agua, otros abrieron sus paraguas o improvisaron un techo con las sillas, yo busqué un techito -como la mayoría- y así pude aguantar hasta el final. El documental sobre Miguel Abuelo es entretenido y disfrutable, supongo que siempre que exista algún interés en él. Me causa gracia ver como se institucionalizó un espacio que unos años atrás había sido descubierto y tomado por el BaFreeci.

Nada memorable estos días, pero sí un gracias por el documental de “Stephin Merrit y Magnetic fields” y un adiós a mi bicicleta de purpurina azul.

domingo, 11 de abril de 2010

El silencio de los libros







De paseo en esta tarde de domingo de sol de abril me encontré con "El silencio de los libros", que en un delineado diálogo me enseñó a Franco Matticchio y Jillian Tamaki. Pude perderme detrás de otras formas pero ya tuve que regresar, quizás otra tarde siga la charla.