viernes, 29 de enero de 2010

Su sueño realizado


La playa no es mi fuerte, no tengo nada contra la arena, el mar, y todos sus excipientes, pero no soporto el sol, por eso el “espacio de tiempo” que disfruto de una playa es siempre el período que transcurre desde que el sol ya deja de molestar y empieza a esconderse hasta su encuentro con la oscuridad total, o parcial, según disponga la luna. No sé si lo han notado pero es en ese comienzo cuando todo adquiere un soplo entre dorado y anaranjado, las pieles se vuelven mucho más tentadoras y los cabellos de purpurina. Es el momento en que puedo empezar a abrir los ojos y observar a las personas, los objetos, los perros y verlos como de a poco se van convirtiendo en siluetas. Una vez que el sol se oculta, después de mostrar todo el espectro visible en una delgada línea, el cielo se va azulando con gran pereza y las estrellas confunden el límite, difuso, entre día y noche. Las espero y las voy contando hasta perderme porque las nebulosas invaden todo o porque olvido el número por el que iba. Amo esos cielos negros, puntuados y esfumados de blanco nácar que ya no tenemos en la ciudad.



Hace unos días, culpa de otro atardecer en la playa, me encontré recordando y comentando el “Rayo verde” en tres de sus presentaciones: la película de Rohmer, la novela de Julio Verne y la explicación científica. La primera la vi una y otra vez, la segunda la conocí por la película pero nunca la leí, la tercera siempre se me complica explicar correctamente porque olvido una parte que no es tan directa, por suerte con esta nueva lectura creo que ya la archivé correctamente (me pregunto si tendría que haber sabido que el azul no se ve porque lo absorbe la atmósfera).



Hace unos días, pero menos, cuando llegué a casa Tin tin me esperaba con el Lemúrido sano ,salvo y gigante y con un gesto de esos que tanto disfruto y tanto necesitaba. Me convidó del libro que estaba leyendo, mirá leé esto y me alcanzó Papeles Inesperados abierto en la página 198, me encontré con un texto de Cortázar que casualmente(¿?) contaba de su rayo verde.


Mi sueño realizado

“Si todavía se pudieran escribir poemas narrativos, esto sería un poema. Por mi parte, apenas si alcanzo a recordar nostálgicamente algunos de los que llenaron de sonido, de furia y de lágrimas mi remota niñez. El vértigo, por ejemplo, de don Gaspar Núñez de Arce, que usted no conoce, entendiendo por usted a ese señor que me habla de literatura en el café de una playa de Mallorca. Era un poema en décimas, forma métrica nada fácil y que don Gaspar esgrimía con soltura digna de una buena prosa (dicho sin la menor ironía). Yo que nunca supe poemar de memoria, ni siquiera los míos que sin embargo me parecen secretamente memorables, recuerdo el comienzo:

Guarnecido de una ría
la entrada incierta y angosta,
sobre un peñón de la costa
que bate el mar noche y día,
se alza gigante y sombría
ancha torre secular
que un rey mandó edificar
a manera de atalaya
para defender la playa
contra los riesgos del mar.

En mi vida sería yo capaz de mandarme (así decimos los argentinos) un poema capaz de narrar algo de manera tan perfectamente justa, económica y a la vez bella. Porque Don Gaspar sigue así durante sesenta o setenta décimas, lo que no es fácil. Mire usted ecológicamente esta situación de la ancha torre secular:

Cuando viento borrascoso
sus almenas no conmueve,
no turba el rumor más leve
la majestad del coloso.
Queda en profundo reposo
largas horas sumergido,
y sólo se escucha el ruido
con que los aires azota
alguna blanca gaviota
que tiene en la peña el nido.

Azotar es aire con un ruido de alas... ¿no es admirable? Lo estamos escuchando todavía, y ya don Gaspar nos depara un brusco cambio que preludia el drama que tendrá por escenario la torre:

Mas cuando en recia batalla
el mar rebramando choca
contra la empinada roca
que allí le sirve de valla;
cuando en la enhiesta muralla
ruge el huracán violento,
entonces, firme en su asiento
el castillo desafía
la salvaje sinfonía
de las olas y el viento.

Después de algo así, y como dicen los entendidos en tauromaquia cuando han asistido a una faena memorable, ya nos podemos ir. Yo también, pero sin olvidar nada; la prueba es que en vísperas de mis sesenta y cinco me acuerdo todavía de esas décimas leídas en alguno de los tomos de El tesoro de la juventud, allá en mi infancia de Banfield, provincia de Buenos Aires. Y si ahora las rememoro en una costa mallorquina digna del castillo de don Gaspar, es porque todo se ha vuelto de nuevo infancia desde ayer por la tarde, a partir del instante en que me fue dado ver, desde el mirador del archiduque Luis Salvador cerca de Deyrà, el rayo verde.
Soy incapaz de saber en qué orden leí de niño una cierta novela de Julio Verne y el poema de don Gaspar; ambas cosas coexisten en mi memoria y acuden juntas a esta máquina de escribir, hoy en que me hubiera gustado hablar del rayo verde como don Gaspar de su torreón batido por el mar y la desgracia, ver nacer de mis manos tecleadoras un poema narrativo que contuviera toda la maravilla por fin realizada ayer de tarde. Porque "El rayo verde", novela poco leída de mi maestro y tocayo, me contó a los nueve años que si mirábamos ponerse el sol en un horizonte marino, si el cielo es diáfano y si a último minuto no se cruza una vela de barco, una bandada de pájaros o una nubecita caprichosa, con el último segmento rojo hundiéndose en la línea del azul veremos surgir un instantáneo y prodigioso rayo verde.

Yo vivía muy lejos del mar, y el sol de mi infancia se ponía entre alambrados, casas de ladrillo y sauces llorones. Subido a la loza de mi casa esperé ingenuamente el milagro del rayo verde, y sólo vi flacas antenas de radio; cuando veinte años después empecé a cruzar el Atlántico y el Pacífico muchos atardeceres me vieron acechar algo que nunca se realizó aunque las condiciones parecieran impecables, y como ocurre en la mal llamada madurez perdí la fe en el rayo verde y en el visionario que me lo había descrito y de alguna manera prometido.

Ayer, desde el mirador del archiduque Luis Salvador, miré una vez más hundirse el sol en el mar. Un amigo mencionó el rayo verde, y me dolió por adelantado que los niños presentes lo esperaran con la misma ansiedad que yo lo había deseado en mi absurdo horizonte suburbano, ahora sería peor, ahora las condiciones estaban dadas y no habría rayo verde, los padres justificarían de cualquier manera el fiasco para consolar a los pequeños; la vida –así la llaman– marcaría otro punto en su camino hacia el conformismo. Del sol quedaba un último, frágil segmento anaranjado. Lo vimos desaparecer detrás del perfecto borde del mar, envuelto en el halo que aún duraría algunos minutos. Y entonces surgió el rayo verde, no era un rayo sino un fulgor, una chispa instantánea en un punto como de fusión alquímica, de solución heracliteana de elementos. Era una chispa intensamente verde, era un rayo verde aunque no fuera en rayo, era el rayo verde, era Julio Verne murmurándome al oído: “¿Lo viste al fin, gran tonto?”

Un poeta romántico hubiera escrito esto mucho mejor, don Gaspar o Shelley. Ellos vivían en un sueño diurno, y lo realizaban en sus poemas. La flor azul de Novalis, la urna griega de John Keats, el perfil de los dioses de Holderlin. Mi rayo verde se vuelve a la nada en el mismo instante en que lo digo; pero era él, era tan verde, era por fin mi rayo verde. De alguna manera supe ayer que mucho de lo que defiendo y que otros creen quimérico está ahí en un horizonte de tiempo futuro, y que otros ojos lo verán también un día."

miércoles, 27 de enero de 2010

Conquista de lo inútil


"Iquitos-Lima, 15/7/79
Andreas llegó ayer a la noche. A las ocho yo ya estaba en la cama leyendo a Gregorovius, "Historia de la ciudad de Roma en el Medioevo", aunque en realidad todavía quería ir al cine. Recién cuando varios del grupo tuvieron ganas, logré levantarme. La película venía de Argentina, con uno bien flaco y uno bien gordo, rubias de pechos inflados y ropa seductora que colgaba en la cocina de una de las damas. El bien gordo, como por su tamaño corporal no podía agacharse del todo, se daba siempre de cara contra las bombachas y los corpiños bambolentes y hacía girar los ojos extasiado. La novia de Andreas gritaba de la risa. En una escena, el gordo también jugaba al tenis."




Conquista de lo inútil, (Diario de filmación de Fitzcarraldo), de Werner Herzog, cosntituyó el año pasado una trilogía de "viscerales" junto con Bolaño y Tarkovski, según mi criterio para agrupar tres tan dispares. El diario tiene pasajes mucho más indigestos, seductores, absurdos y agudos que este fragmento que trasncribí, pero prefiero dejarlos entre las páginas para que los encuentren ustedes cuando puedan leer el libro.

El objetivo de la entrada es recordar o avisar a los despistados que La Lugones comenzó la temporada con una jugosa programación de los documentales de este inefable director.
Hoy daré comienzo a la temporada. Ahí voy entonces al piso diez, el ruido de bolsas y el cabeceo continuo para leer los subtítulos, ¿estará funcionando el aire?

viernes, 15 de enero de 2010

Helado de duraznos

Ingredientes:

2 duraznos
2 claras de huevo
100 ml de crema de leche
3 cdas de azúcar (aunque prefiera los cabellos oscuros en este caso rubia mejor)
1 Minipimer o batidora
1 Apollonia

Tiempo de preparación 10 minutos.

Procedimiento:

Batir en un recipiente las claras a punto nieve, y de paso nos olvidamos por un instante los 30 °C constitutivos de los últimos días. Tengan en cuenta que el volumen se incrementa y que no deben mezclarse ni un poquito con las yemas.

Cortar y procesar los duraznos, para facilitar la operación agregar un poco de crema.

Batir la crema y endulzar, yo prefiero los sabores naturales así que uso poco azúcar, la rubia sabe más rico y le da un tono añejo más elegante. Utilizar un recipiente con capacidad para contener a todos los ingredientes, o sea así de grande.

Mezclar los duraznos procesados con la crema.

Agregar de a poco y en forma envolvente las claras.

Si tiene una Apollonia de amiga puede recibir regalos muy prácticos y muy pop, así que coloca el preparado en los moldecitos de helado que recibió de regalo y le pone el palito colorido, de otro modo lo deja en el mismo recipiente que lo preparó, pero no se luce tanto.

Al freezer dos horas y listo. Si está más tiempo en el freezer se endurece bastante así que es conveniente bajarlo (o subirlo) a la heladera un rato antes de consumir.

Comencé con duraznos, pero será cuestión de seleccionar más variedad en la verdulería vecina.

De fondo un poco de Chet Baker, música para aplacar a las fieras.

lunes, 11 de enero de 2010

Eric Rohmer (1920-2010)

"¿Habéis observado el sol cuando se pone en el horizonte del mar? Sí, sin duda alguna ¿Lo habéis seguido hasta que la parte superior del disco desaparece rozando la línea del horizonte? Es muy posible. Pero ¿Os habéis dado cuenta del fenómeno que se produce en el preciso instante en que el astro radiante lanza su último rayo, si el cielo está completamente despejado y transparente? ¡No, seguramente no! Pues bien, la primera vez que tengas ocasión- ¡se presenta tan raramente!- de hacer esta observación, no será, como podría presumirse un rayo rojo lo que herirá la retina de vuestros ojos, sino que será un rayo verde, pero un verde maravilloso, un verde que ningún pintor puede obtener en su paleta. Un verde cuya naturaleza no se encuentra ni en los variados verdes de los vegetales, ni en las tonalidades de los mares más transparentes. Si existe el verde en el Paraíso, no puede ser mas que este verde, que es sin duda, el verdadero verde de la Esperanza".

JULIO VERNE "El rayo verde".


El cineasta Eric Rohmer describía como pocos el universo femenino, disfruto de ver una y otra vez cada una de sus películas y espero seguir con las que aún no he visto. Sin saber absolutamente nada de su historia lo suponía un ser adorable.

domingo, 10 de enero de 2010

El lemúrido


No sé muy bien que dice el árbol de la vida respecto a los grados de separación entre primates y felinos pero yo estoy construyendo un nuevo paradigma.