martes, 27 de octubre de 2009

El cuaderno


"Me gusta tu cuaderno y no el mio sucio y desprolijo ráfagas de nada necesito mucho tiempo oh oh de horas destiladas para recuperar el habla. Quiero tu cuaderno donde vi mi nombre escrito el mismo día que desapareció juro que no fui yo ¿Quién te lo robó? Alguien me ganó... Uh Uh Uh Y al ver como te vas subiendo la escalera cuando aplaudo en el final quisiera que estuvieras por completo pensando en todo esto y nada mas... y en nada más... Me gusta tu cuaderno y no el mio sucio y desprolijo rá..."

martes, 20 de octubre de 2009

V Festival de Cine Under en Quilmes


Del jueves 22 al viernes 24 en diferentes lugares de la ciudad pueden pasar, charlar, compartir, sentarse y ver de forma gratuita una gran selección de películas del V Festival de Cine Under. Acá la programación completa.

viernes, 2 de octubre de 2009

Basta de demoler

“El periodista soviético Ovchinnikov escribe en sus recuerdos del Japón: 'Aquí se cree que es el tiempo en sí el que trae a la luz del día la esencia de las cosas. Por este motivo, los japoneses ven en las huellas del crecimiento un encanto especial. Por eso les fascina el color oscuro de un viejo árbol, una piedra horadada por el viento, o incluso los flecos, testigos de las muchas manos que tocaron un cuadro en sus bordes. Estas huellas del envejecimiento las denominan “saba”, palabra que traducida textualmente significa “herrumbre”. “Saba”: es la herrumbe inimitable, el encanto de lo viejo, el sello, la pátina del tiempo’.
Un elemento así de la belleza, como “saba”, da cuerpo a la unión entre arte y naturaleza. En cierto sentido, los japoneses intentan con ello apropiarse del tiempo como una especie de material artístico”.


(De ‘El tiempo sellado’, en “Esculpir en el tiempo”, de Andrei Tarkovski, 1988).

"...todas las formas tienen su virtud en sí mismas y no en un "contenido" conjetural. Eso concordaría con la tésis de Benedetto Croce; ya Pater, en 1877, afirmó que todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que forma. La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizás, el hecho estético".


(De 'La muralla y los libros', en "Otras inquisiciones", de Borges, 1950).






La casa de enfrente no está más. El modus operandi después del cartel en venta, es el siguiente: primero corren los rumores en el barrio; en segunda instancia cubren la fachada, no siempre por completo, con carteles de publicidades o, en el más prolijo de los casos y de los diseños, anuncios del futuro venidero. Esta es la fase de la agonía, los rumores cambian de categoría, ahora son certezas. Aunque no sea más que un ícono del futuro, ese cartel expresa la inminente desaparición de las huellas del pasado. Es el tiempo que queda, nos dejan, para mirar por última vez y guardar. Por último, luego de ver volquetes y otras armas de destrucción estacionados en el frente, sin mayores sorpresas, un día pasamos y… a veces quedan marcas en los edificios vecinos, un último esfuerzo de resistencia, de permanecer.

La casa que ven en la foto, es la casa de enfrente de mi ventana de todos mis años de trabajo en Obligado 2490. Siempre la observaba en los tiempos muertos, y creaba historias misteriosas que sucedían detrás de esa persiana tan desflecada que nunca se abrió, de la reja de hierro trabajada y las plantas entregadas a la deriva, los pilares de la terraza rotos, una rosa tallada con restos de rosado y verde, la ventana ovalada, y el paraíso centinela que me mostraba el paso del tiempo. Por las tarde de otoño, el sol lo iluminaba en una perfecta mitad, “ya son las cuatro” pensaba cuando lo veía así, “ya se siente el aroma de sus florcitas”, cuando levantaba la persiana por la mañana en primavera. Me avisaron con tiempo, preocupados, lamentando el hecho, tomé mis precauciones al pasar por ahí, la última vez ya no quise ni mirar.

La casa de Honduras, casi Bulnes, (ubicada frente a la casa de Evaristo Carriego, institucionalizada como la casa de la poesía), esa que tenía una persiana gigante y un 1908 (creo, no sé porque mi memoria nunca fijo el año) en lo alto de su fachada. La casa que imaginariamente había elegido para mi taller de marcos y de cuadernos, para sentarme con amigos a tomar el té o unos aperitivos y leer o hacer (ellos) y escuchar música, ya no está.

¡Basta de demoler!