domingo, 13 de septiembre de 2009

La casa de la enredadera

Las cosas hay que mirarlas desde todos los ángulos, buscar el punto central que irradia los infinitos rayos de luz que forman la imagen, estudiar los objetos vecinos que pueden sombrearla, definir su contorno, y recién ahí poder empezar a observar cada una de sus caras. Me dirán que es una tarea imposible, y les doy la razón como casi siempre, pero esta vez con una gran satisfacción.

A todas estas variables, que ya aceptamos infinitas, hay que agregar dos de las que no podemos escapar: la tierra es una empedernida danzarina, que sin necesidad de que veamos sus dos pasos, nos trae diferentes sensaciones cada vez, en fragmentos que algunos supieron definir como tiempo, y el resto creyó.

En cada cuadra las veredas son dos, hay excepciones lo sé, también son dos los sentidos que podemos tomar los peatones (lero, lero automovilistas), vale la aclaración, en estado de sobriedad. En la ciudad hay caminos que recorro con mayor frecuencia, y siempre trato de hacer todas las combinaciones posibles, aunque eso implique que tenga que cruzar de más una calle. Los rincones se conocen caminando por las dos aceras, una vez en un sentido, otra vez en el otro, pero a veces pasa que la rutina nos esquiva ciertas calles o direcciones.

Hace unos días la casa de la enredadera me sorprendió con esporádicos ramilletes violáceos, que sospecho son de una glicina, que colgaban en lo alto de las paredes internas aún sin verdear, que se ven mejor caminando desde Charcas* hacia El Caudillo, por la vereda de enfrente. No recuerdo haberlos visto antes. Me detuve un rato a disfrutar.




*Ni bien baje a la calle, veo que iniciales tiene Charcas porque la verdad ni la más pálida idea a qué o quién hace referencia.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Pequeñas cosas que le pasan a cr

Hoy por la mañana (para ser más precisos ayer, porque ya se hizo ayer u hoy) caminaba por Lebensohn desde Lamadrid hacia la universidad (de Quilmes a Bernal, de sur a norte), estaba a mitad de camino, a un par de cuadras de la esquina que siempre tiene el césped cortado y cuidado, donde hay dos plátanos no tan viejos, que desde hace unas semanas se están quitando de encima el invierno a puro brote. En mi andar tranquilo, descuidado, me crucé con una abuelita de barrio, muy bajita y encorvada, vestía con tonos grises, de cabello corto con rulos pequeños que aún conservaban algo de su color, y un par de aros de esos que llevan siempre las abuelas. Una vez que pasó a mi lado, se detuvo y me dijo “disculpame – yo me di vuelta un poco desconcertada porque me pareció raro que necesite preguntarme por alguna calle, entonces, mientras me miraba el rostro, continuó – vas sonriendo, es muy lindo sonreír”
Le agradecí, me despedí, seguí mi camino con una sonrisa*, que a partir de entonces tuvo un motivo concreto.


*Ya saben que cuando me me rio lloro y cuando lloro también me rio.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Otras músicas

"... A veces hablaba de este asombro, pero como nadie parecía compartirlo, ni tan sólo comprenderlo (la vida está hecha así, a base de pequeñas soledades), lo olvidé..."

R. Barthes, "La cámara lúcida"




Me pregunto si un rioplatense de nuestro lado del charco es capaz de cantar acompañado tan sólo por una cajita de fósforos y conmover, como lo hace él que es del otro lado. No hay videos del sábado 29 en el C.A.A.F, pero yo aún no lo olvidé.