martes, 28 de julio de 2009

Andrei Tarkovski

Había hecho una introducción de porqué cuelgo este texto pero con mis dedos mágicos borré lo escrito, simplemente es que a veces prefiero dejar buenas lecturas a hacerlos perder el tiempo con algo que intente escribir y no salga. Agrego que cada vez que leo estas, que son dos páginas, las disfruto como en el primer encuentro, que siempre luego me quedo pensando, tratando, generando. Es demasiado "ideal", lo sé, supongo que por eso me gusta tanto.



Epílogo de "Esculpir en el tiempo", de Andrei Tarkovski

Una persona verdaderamente libre no puede ser libre en un sentido egoísta. La libertad del individuo tampoco puede ser el resultado de un esfuerzo social. Nuestro futuro depende de nosotros mismos y de nadie más. Y nos hemos acostumbrado a compensar todo con el esfuerzo y el sufrimiento ajenos, ignorando el sencillo hecho de que en este mundo todo está relacionado y que no existe la casualidad, aunque sólo sea porque tenemos una voluntad libre y el derecho a decidirnos entre el bien y el mal. Por supuesto que las posibilidades de la propia libertad se ven limitadas por la libertad de los demás. Pero me parece importante indicar que la falta de libertad siempre es consecuencia de la cobardía y la pasividad interiores, el resultado de la falta de decisión en pro de la expresión de la propia voluntad, acorde con la voz de la conciencia. En Rusia es usual citar al escritor Korolenko, según el cual, «el hombre ha nacido para la felicidad como el pájaro para volar». En mi opinión, no puede haber nada más lejano a la naturaleza de la vida humana que esta frase. En realidad, no tengo idea alguna de lo que puede significar el concepto de felicidad. ¿Contento? ¿Armonía? ¡Pero si el hombre siempre está descontento y no tiende a solucionar cosas concretas, factibles, sino hacia el infinito...! Y ni siquiera la Iglesia consigue calmar esas ansias de absoluto, porque desgraciadamente no parece sino una fachada hueca, una caricatura de las instituciones sociales, que se dedican a organizar la vida práctica. La Iglesia de hoy ha resultado ser incapaz de compensar el sobrepeso materialista y técnico con una llamada a la vida del espíritu. En el contexto de esta situación, la función del arte reside -para mí- en expresar la idea de la libertad absoluta de las posibilidades interiores y espirituales del hombre. En mi opinión, el arte siempre ha sido un arma en la lucha del hombre contra la materia, que amenaza con devorar su espíritu. No es casualidad que el arte, en los milenios de historia del cristianismo, siempre se haya desarrollado en las cercanías de las ideas y los principios de la religión. Ya por su mera existencia está promoviendo dentro del hombre, un ser disarmónico, la idea de armonía. El arte ha dado figura a lo ideal y ha aportado así un ejemplo del equilibrio entre lo ético y lo material. Ha demostrado que ese equilibrio no es ni mito ni ideología, sino que puede ser una realidad también en nuestras dimensiones. El arte ha expresado el ansia de armonía de la persona y su disposición a luchar consigo mismo, para establecer en el interior de su persona el ansiado equilibrio entre lo material y lo espiritual. Si el arte expresa lo ideal y el ansia de lo infinito, no puede servir a fines pragmáticos sin arriesgarse a perder su autonomía. Lo ideal lo actualizan objetos que no existen en la realidad cotidiana, pero que a la vez son imprescindibles para la esfera de lo espiritual. Una obra de arte manifiesta ese ideal que en el futuro será propio de toda la humanidad, pero que de momento es accesible para unos pocos, sobre todo para los genios que se toman la libertad de contrastar lo normal con aquella conciencia ideal que toma forma en su arte. De esta manera, el arte es por esencia aristocrático y establece —a causa de su mera existencia— la diferencia entre dos potenciales, que aseguran el movimiento ascendente de la energía interior, desde lo más bajo hacia lo más alto, con el fin de conseguir un perfeccionamiento interior, espiritual, de la personalidad. Al hablar aquí del carácter aristocrático del arte, me estoy refiriendo —claro está— al ansia del alma humana de buscar la justificación moral, el sentido de su existencia, que de este modo consigue una mayor perfección. En este sentido, todos, en último término, estamos en la misma situación y tenemos las mismas posibilidades de adherirnos a una elite aristocrática. Pero el núcleo del problema reside precisamente en el hecho de que no todos hacen uso de esa posibilidad. Ahora bien, el arte va haciendo ofertas siempre nuevas a la persona para que ésta se examine a sí misma en el marco del ideal que el arte le ofrece. Pero volvamos a Korolenko, que definía el sentido de la existencia humana como el derecho a la felicidad. Esto me recuerda el libro de Job, en que a Elifaz dice: «Ninguna cosa sucede en el mundo sin motivo: que no brotan del suelo los trabajos. Porque el hombre nace para trabajar, como el ave para volar» (Job V, 6). El sufrimiento nace de la insatisfacción, del conflicto entre el ideal y la situación en la que uno se encuentra en ese momento. Mucho más importante que el sentimiento de «felicidad» es el fortalecer el alma en la lucha por aquella libertad verdaderamente divina. El arte refuerza lo mejor de lo que es capaz el hombre: la esperanza, la fe, el amor, la belleza, la devoción o lo que uno sueña y espera. Si alguien que no sabe nadar se lanza al agua, su cuerpo —no él mismo— comienza a hacer movimientos instintivos para no hundirse. También el arte es algo así como un cuerpo humano echado al agua: existe como un instinto, que no permitirá que la humanidad se hunda en el campo espiritual. En el artista se expresa el instinto interior de la humanidad. Pero, ¿qué es el arte? ¿Lo bueno o lo malo? ¿Procede de Dios o del diablo? ¿De la fuerza del hombre o de su debilidad? ¿Es quizá una prenda de la comunidad humana y una imagen de armonía social? ¿Es ésa su función? Es algo así como una declaración de amor. Un reconocimiento de la propia dependencia de otros hombres. Es una confesión. Un acto inconsciente, que refleja el verdadero sentido de la vida: el amor y el sacrificio. Pero si dirigimos la mirada hacia atrás, reconocemos que el camino de la humanidad está lleno de cataclismos y de catás­trofes. Descubrimos las ruinas de civilizaciones destruidas. ¿Qué ha sucedido con ellas? ¿Por qué se agotó su aliento, su voluntad de vivir y sus fuerzas morales? Supongo que nadie creerá que todo eso tiene una causa material. Una idea así me parecería salvaje. Y al mismo tiempo estoy convencido de que hoy volvemos a estar al borde de la destrucción de una civilización porque ignoramos plenamente el lado interior y espiritual del proceso histórico. Porque no queremos reconocer que nuestro imperdonable y pecaminoso materialismo, un materialismo que no conoce la esperanza, ha traído infinitas desgracias sobre la humanidad. Es decir, creemos que somos científicos y dividimos, para conseguir una mayor fuerza de convicción en nuestras cavilaciones científicas, el indivisible proceso de la humanidad en dos partes, haciendo luego de una sola de sus motivaciones la causa de todo.
De esta manera intentamos no sólo justificar los fallos del pasado, sino también proyectar nuestro futuro. Quizá se demuestre en tales errores la paciencia de la historia, que espera que el hombre alguna vez consiga escoger bien, sin tener que terminar en un callejón sin salida en el que la historia, una vez más, corrija el fallido intento por medio de otro paso, esta vez más exitoso. En ese sentido, es verdad lo que afirman tantos: de la historia nadie aprende y la humanidad suele, simplemente, ignorar la experiencia histórica. Dicho en otros términos, toda catástrofe de una civilización descubre sus fallos. Y si el hombre tiene que reemprender su camino desde el principio, se demuestra así que su andadura hasta entonces no estaba marcada por el perfeccionamiento espiritual. Con cuánto gusto querría uno abandonarse, entregarse de vez en cuando a otra concepción del sentido de la vida huma­na. Oriente siempre ha estado más cerca que Occidente de la verdad eterna, pero Occidente ha devorado a Oriente con sus exigencias materiales en la vida. Basta con comparar la música occidental con la oriental. El mundo occidental grita: ¡Éste, éste soy yo! ¡Miradme! ¡Escuchad cómo sufro y cómo amo! ¡Qué infeliz y qué feliz puedo ser! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! El mundo oriental no dice una sola palabra de sí mismo. Se pierde absolutamente en Dios, en la naturaleza, en el tiempo, y se encuentra a sí mismo en todo. Es capaz de descubrir todo en sí mismo. La música del Tao: China, seiscientos años antes de Cristo. Pero, ¿por qué no triunfó esa idea soberana? Es más: ¿por qué se hundió? ¿Y por qué la civilización que había desarrollado no llegó hasta nosotros en forma de un proceso histórico determinado y perfecto? Es patente que esas ideas entraron en colisión con el mundo material que las rodeaba. Lo mismo que el individuo con la sociedad, también esa civilización entró en colisión con otra. Pero sucumbió no sólo por esto, sino también a causa de su confrontación con el mundo material, con el «progreso» y la tecnología. Las ideas de la civilización oriental son un resultado, la sal de la tierra; de ellas fluye verdadera sabiduría. Pero según esa lógica oriental, la lucha es un pecado. El núcleo de la cuestión reside en que vivimos en un mundo de ideas que nosotros mismos creamos. Dependemos de sus imperfecciones, pero también podríamos depender de sus ventajas y valores. Y ya llegando al final, y en confianza: aparte de la imagen artística, la humanidad no ha inventado nada de manera desinteresada. Y por eso quizá realmente consista el sentido de la existencia humana en la creación de obras de arte, en el acto artístico, ya que éste no posee una meta y es desinteresado. Quizá se demuestre precisamente en ello que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Fuente: Andrei Tarkovski, Esculpir en el tiempo, Ed. Rialp

sábado, 25 de julio de 2009

Kazuo Kamimura


Con un poco de tiempo, como si fuera un juego mágico, un clic en un conjunto de caracteres enigmáticos y aparece un dibujo de esta belleza y de varias más.

miércoles, 22 de julio de 2009

Algo para hacer

Gratuitamente y porque estoy con un tiempo libre, que al principio me asustó, y ahora no hago más que disfrutar sin culpa, el otro día me encontré pensando en cómo sería cumplir los años en invierno, y qué cosas se podían hacer que no lo permitía la primavera tardía. Pensé una lista en mi cabeza mientras jugaba al sol con las bestezuelas de cuatro patas, manchas y orejas caídas que me saltan en Quilmes, luego, en el viaje de vuelta de la casa de mis viejos la escribí en mi cuaderno, y ahora termino de darle forma.
Si la leen se darán cuenta que la mayoría de las acciones son practicables en cualquier época del año. En el más magnífico de los desórdenes y con la aclaración que algunas se pueden hacer al mismo tiempo (y que son muy tontas):

1. Tomar mate amargo con espumita.
2. Jugar con la mascota que nos acompaña en nuestro hogar, de no tener una a mano, pedir prestada alguna en la calle, se encuentra fácilmente de estos animales que los seres humanos nos encargamos de adiestrar y llevar hasta los lugares más recónditos del planeta, o sea nuestros hogares.
3. Hacer música (por el momento solo puedo chasquear los dedos)
4. Comer chocolate, otra opción es una torta casera que alguien nos haya hecho especialmente.
5. Aceptar todos y cada uno de los saludos recibidos, no importa el formato.
6. Encontrarse con un amigo, fumar, reírse a carcajadas, charlar de muchos temas pero detenerse en enumerar las mejores virtudes del género opuesto (en algunos casos el mismo), de ser posible dar ejemplos.
7. Leer un poema, la estrofa de una canción, o un fragmento de un libro muy querido.
8. Escribir algo a mano, no importa la extensión.
9. Besar a alguien, si no se tiene a quien besar, parar en la calle alguno medianamente de nuestro agrado y besarlo, previa explicación de por qué se lo besa, se puede mostrar el documento y citar este blog. (Esta también es impracticable para mí, por lo que propongo que nuestros legisladores promulguen una ley que permita a las personas el día de su cumpleaños besar a alguien porque sí y que se recluten voluntarios/as para tal fin.)
10. Mirar a alguien a los ojos.
11. Regalar una lágrima a alguien.
12. Abrazar a alguien.
13. Figurar el último rostro hermoso que nos cruzamos en la calle, esto es sin distinguir sexo ni edad.
14. Comprar flores.
15. Buscar en la memoria un recuerdo de la niñez, alguno de esos momentos en que logramos hacer algo que nos parecía imposible unos segundos atrás. ¡Sonreír!
16. Bañarse por un largo rato con alguna fragancia que nos guste y andar desnudo por la casa otro tanto, ahora que tengo estufa en casa lo puedo hacer en invierno.
17. Poner una de las canciones favoritas, esas para bailar, y recorrer cada espacio de nuestra casa moviendo todas las partes del cuerpo. ¡Saltar y cantar!
18. Sentarse en una plaza al sol y mirar como brillan los demás, pensar que así brillamos nosotros. En caso de llover, caminar chapoteando y mirar a través de las gotas.
19. Pensar por un segundo en una gran macana que hayamos hecho y guardarla otra vez en la memoria.
20. Putear, pero putear con ganas.
21. Antes de acostarnos tomar un té bien caliente agarrando la taza con ambas manos mientras se la acerca al rostro para lograr un equilibrio agradable entre humito y rostro empañado. Pensar en todo lo que hicimos.



jueves, 16 de julio de 2009

PICT - 411127

Hace un tiempo que evalúo la posibilidad de postularme para algún puesto en el MINCyT por la simple y conveniente razón que la nueva sede se está construyendo bastante cerca de casa, aunque no sé cuan cerca está de materializarse; pero ahora creo que encontré el ministerio ideal para desarrollarme profesionalmente. Ahí nos vemos unos cuantos.





Éste es mucho mejor pero lo subo disimulado porque aún quiero conservar a los pocos visitantes de este lugar.

domingo, 12 de julio de 2009

Penny-farthing

Encontrar* cosas bellas, que seguro son muy conocidas por otros pero desconocidas por uno, las hace más bellas, si además hay bicicletas...






*Encontrar, lo que se dice encontrar no fue, se lo debo a Matilde que lo mostró.