jueves, 14 de septiembre de 2006

Al final los celulares sirven para conectar gente

El martes pasado subí al subte D (primer vagón, estación Bulnes, dirección 9 de Julio, 15 hs) por la puerta del medio y me fui hacia la izquierda. Me acomodé mirando hacia el andén e hice mi habitual requisa de todos mis acompañantes de vagón, o al menos de los que destacaban. Entre los sentados en la hilera de enfrente, hacia la derecha de la puerta por donde entré, me llamó la atención el corte de pelo de una chica. Era igual al de una amiga, el mismo color y todo. Nunca se me ocurrió pensar que podía ser ella, así que me volví para seguir mirando por la ventanilla. Estábamos por Pueyrredón, cuando una empezó a hablar por celular en un tono suficiente para que todos los presentes la escuchemos. La conversación se extendía ya molestando bastante y me puse a ver quien era la enferma que hablaba así de fuerte, no recuerdo las estupideces que decía, por poco interesantes. Una vez que la identifico me doy cuenta que esta sentada al lado de la chica de pelo igual al de mi amiga, con la ayuda del pasillo que para la altura Callao se había liberado, descubro que no solo el cabello me era familiar también sus zapatos (como mamá Cora). Ya no cabían dudas, detrás de un cuaderno de espiral con resúmenes en inglés de temas de neurociencias, una caja gigante de zapatos, con botas dispuestas a viajar a Italia, y las manos tapándose los oídos, estaba la preciosa Natalia.
En breve se va a rendir un examen, para ingresar a hacer el doctorado en Trieste en un instituto especializado en neurociencias, más precisamente en el estudio de procesos cognitivos del lenguaje y comportamiento. Una maravilla esta criatura con quien tuve la suerte de trabajar unos meses en el labo.
Debo reconocer que tal encuentro fue gracias a un celular, seguimos nuestro camino hasta la Constitución vacía y limpia de esa hora. Ella se fue para Adrogué y yo para la unquita.

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