domingo, 5 de febrero de 2006

Caníbal

Anoche me dirigía en el 29 hasta San Juan, cuando a la altura de Carlos (Andrés) Calvo el chofer anuncia que San Juan estaba cortada y que una cuadra antes se desviaba. Ah claro los corsos de Carnaval, pensé. Al bajar del colectivo empecé a refunfuñar pensando que tenía que hacer una cuadra esquivando mucha gente molesta jugando con espuma al ritmo de las comparsas, cuando llegué a San Juan solo encontré un patrullero, la calle cortada, los restos de una comparsa (entiéndase alguna gente con trajes con brillos, que no eran travestis) y recién llegando a la esquina de Defensa vi el escenario donde estaba tocando una banda vestida de lentejuelas y alrededor se había concentrado un poco de gente. Ahora sí empecé a ver pequeños alterados con sus espumas en las manos, vaciando el contenido del aerosol sobre otro pequeño, que a su vez intentaba hacer lo mismo sobre su contrincante pero, al haber sido tomado de sorpresa, gran parte de su visión ya había quedado anulada por la espuma y lo único que lograba era tirarse él mismo más de su propia espuma, o, con mucha suerte, alcanzar a algún desafortunado que justo pasaba por ahí sin ánimo de juego. (Era como si ese objeto que tenían en sus manos fuera un matafuegos y ellos estuvieran en pleno rescate de un incendiado). Todo esto bajo la mirada pasiva y complaciente de sus progenitores que podría entenderse como “mirá que bien nuestro hijo es el que más molestó con la espuma y a él casi ni lo han tocado”.
Al ver esta imagen miles de circuitos comenzaron a titilar en mi memoria y recordé cuanto he odiado el carnaval toda mi vida.
Ya desde chica esta época del año era un suplicio para mí, por un lado en el barrio a la hora de la siesta se creaban batallas campales donde la munición era el agua y se usaban como armas mangueras, pomos, baldes, palanganas, bombero loco para los más desarrollados, y las infaltables bombuchas de colores que yo nunca aprendí a atar. Ahora me doy cuenta que la guerra del agua se arrastra desde aquella época. No podía ser de otro modo, y como con cualquier juego que implicaba un poco de fuerza, velocidad y agresión (esto incluye a todos los deportes) yo terminaba estropeada. Si no era por alguna bombucha mala leche que me reventaba la cabeza, yo misma me resbalaba y caía entonces en lugar de agua terminaba con un moretón controlado por hielo en algún lado de mi cuerpo.
Como si esto fuera poco, por las noches estaban los corsos, en la calle 12 de Octubre se colgaban banderines y luces y desfilaban las comparsas de los distintos barrios, otra vez la lucha se desplegaba pero en este caso el agua era reemplazada por ese invento tan enfermo como el de la apestosa espuma (que ya conté arriba su mecanismo y efecto). Mis padres, no solo conformes con el corso, aprovecharon alguna vez la oportunidad para ir al baile de Carnaval que se organizaba en el club Cooperarios. Acá yo era un poco más grande pero seguía siendo tonta, entonces siempre terminaba llorando porque mi vista se había perdido y mi ropa desteñido por causa de la espuma, es que ni del papel picado podía zafar, ya que una vez que el contenido de la bolsita se acababa, los niños ya entrando en la adolescencia se encargaban de juntarlo del piso y revolcártelo por la cara.
Ya más grande, cuando las batallas por propia elección (o por estar entre la masa) se habían acabado, uno tenía la altísima probabilidad de ligarse un bombazo por el simple hecho de transitar por el barrio, siendo peatón o ciclista, siempre alguna agresión se recibía; hubo una época que cansada de no poder salir llevaba en el canasto de mi bicicleta piedras para devolver el favor. Cómo olvidar la vez que estaba haciendo la fila para entrar a la matiné de Circus y terminé empapada por la cantidad de agua que tiraban desde los autos que pasaban, eso por ser una gila del montón y tener que hacer fila para entrar a bailar.
En fin, todos son malos recuerdos, con el agregado de que no me gustan las comparsas ni siquiera para ver a las locas bailar, bueno ahí a veces me engancho mirando un poco en la tele.
Y todo esto sin saber muy bien de donde viene esta fiesta del Carnaval donde se mezclan festejos paganos y religiosos, supongo que en otros lugares será un poco más atractiva, no creo que en Europa tiren agua con temperaturas bajo cero; tengo una amiga de Cochabamba, Bolivia, que siempre cuenta de los trajes y los bailes que preparan durante el año para el carnaval, quizás solo es que nunca logré adaptarme al festejo rioplatense, como nunca he logrado adaptarme a tantas otras cosas.

No hay comentarios.: